Columnas

#Sonora

El desayuno del Chapito

Cuando se pierde la capacidad de asombro en la comida, nos despojamos de una sensibilidad necesaria para el disfrute de los alimentos.

La casa rodante parecía juguete de ensueño.
La casa rodante parecía juguete de ensueño. Internet

por Juan Ángel Vásquez

11/07/2023 10:42 / Uniradio Informa / Columnas / Actualizado al 11/07/2023

@chefjuanangel

                                                                 

-¡Vámonos, se nos hace tarde!-

- Ahi voy apá-

- ¡Agarra la cajita de herramientas!-

Caminamos tomados de la mano, padre e hijo, eran las 8 de la mañana, ya empezaban los fríos de otoño.

-¿Qué vamos a hacer papá?-

-El Chapito quiere que le arreglemos la "traila"-

-¿Vino solo del otro lado?-

-No, ahora sí vino Tere, su esposa...

Después de subir y bajar una loma pronunciada, al suroeste de la Capital del Mundo, se extiende una planicie donde las calles huelen diferente, a pura cosa gringa: "San Juan del Llano", una colonia que hospeda a turistas norteamericanos en casas propias o de renta, la mayoría acuden a practicar la pesca deportiva. 

-¡Chapitoo buen díaaa! Chapitooo, ¿anda por ahí?-

Después de caminar casi 4 kilómentros llegamos a la casa del Chapito, el aroma a tabaco fue el indicador más claro de que ya estaba despierto. A lo lejos apareció un hombre moreno y diminuto, con un puro en la mano.

-Eyy Nachooo, pasar por favor, pasar-

Papá quitó la cadena que sujetaba las rejas, entramos y volvió a poner el candado sin cerrarlo. Dentro había un terreno grandísimo, casi 2 hectareas, la mayor parte cubierta de mezquites y arbustos desérticos en una explanada de tierra llena de piedritas pequeñas y puntiagudas; a mano izquierda estaba una casa de color azul, con una puerta al centro y dos ventanas laterales; enseguida, un tejaban muy alto que resguardaba los carros y una lancha. Frente a la puerta de entrada, a unos metros, estaba estacionada la "traila", una casa rodante que parecía juguete de ensueño con su minicocina, una pequeña recámara con alfombra café, paredes tapizadas con líneas ocres, un televisor empotrado en lo alto de una esquina, baño miniatura con regaderita y una sala que se convertía en comedor al desensamblar una mesa fijada con pasador en la pared de madera; en el techo había un tragaluz que iluminaba por completo el espacio que no debió exceder los 30 metros cuadrados.

-Saca el taladro y ponle la broca más pequeña que está en la caja- me indicó papá, y de inmedianto comenzó las reparaciones.

Desde la ventana derecha de la casa, frente a la "mobile home", salía un aroma que impregnaba los alrededores.

-Papá, ¿qué es eso que huele tanto?-

-La Tere debe estar haciendo desayuno- contestó, mientras por mi cabeza giraba una ruleta de imágenes asociadas con ese aroma, pero había un problema, ninguna encajaba por completo; aquel olor era como la pieza problemática de un rompecabezas que no encuentra su lugar -¿Chicharrones? Mmmm no, parece bolonia...- el único aroma fijado en mis recuerdos era el café recién colado, pero aún así, mi olfato no lo ubicaba por completo dentro de una taza, tenía características diferentes.

-Nachooo, aquí hay mucho desayuno, venir, ya está el café listo - gritó Tere desde afuera de la "traila" mientras asomaba la cabeza.

De inmediato pensé: "Qué bueno que vengo con mi papá, porque si viniera mamá se negaría por exceso de pena y prudencia" -Ahi vamos Tere, muchas gracias- Mis ojos se dilataron, moría por ver lo que sucedía al interior de la cocina. Abrimos una ligera puerta con alambre mosquitero y a la derecha estaba una mesa redonda, con mantel azul cielo, en el centro una serie de frasquitos anaranjados con tapa blanca, llenos de medicamentos; una salsa tabasco, un salero, un pimentero, una botella de salsa catsup y un recipiente alto de plástico con tapa deslizable cuya etiqueta llevaba impresa una taza con café humeante. Tomamos asiento, Tere estaba de espaldas junto a la estufa blanca, esta era más ancha de lo normal, además del horno tenía otro compartimento lateral con una puertezuela alargada. Con sartén en mano, Tere giró y nos sirvió huevo revuelto, muy amarillo, parecía espumita, esponjoso, húmedo... Nos sirvió, se giró de nuevo y tomó unas pinzas, sujetó una segunda sartén y estaba el prodigio del desayuno: unas tiras de tocino. Observé con asombro -Son como los que sirven en las caricaturas- dije sin dejar de parpadear. Tere puso dos tiras sobre el plato; nos sirvió café y llenó el filtro con un polvo que sacó de una lata de nombre "Folgers" -Por eso no reconocía el café- Mi papá me dijo -Ya come, se va a enfriar- Esa mañana, sin duda, tuve todos los sentidos abiertos y dispuestos a probar, ansiosos por descubrir lo desconocido, una práctica que deberíamos de conservar en cada comida, en cada momento de nuestra vida. Cuando se pierde la capacidad de asombro en la comida, nos despojamos de una sensibilidad necesaria para el disfrute de los alimentos.

Chef Juan Angel Vásquez - Licenciado en Periodismo y chef profesional, creador de contenidos gastronómicos para plataformas digitales y embajador de marcas de alimentos.

 

 

 

 

 

Temas relacionados Alimentos comida desayuno