Columnas

Un pastel de otro planeta

El sentido del gusto tiene una conexión intrínseca con el conocimiento que tenemos de las cosas.
Pastel de chocolate pixabay

@chefjuanangel

-Tomaaaás, ¿oíste el fregazoooo?-

-¡Corre a ver Elena, parece que cayó algo encima del naranjo!- Había un patio grande y en el fondo un gran árbol de naranjas repleto de azahar...

Un siglo atrás, en una galaxia muy lejana, tres planetas permanecían en órbita gracias al gran poder magnético de la ardiente estrella comandante. Los sabios de la corte espacial habían predicho que la estrella perecería, los planetas saldrían de órbita chocando entre sí y crearían una gran explosión que terminaría con la vida en Mongoleón, Damolosa y Periverte; en este último habitaba la gran familia de artesanos que atendía las exquisitas y excéntricas solicitudes de los tres emperadores. Cuando la catástrofe estaba a punto de llegar, el emperador envió un capullo a dicha familia para que eligiesen a un miembro y lo enviaran dentro de él al espacio en búsqueda de un lugar habitable en otra galaxia. La familia eligió a Leonicio, un pequeño de apenas 4 meses que tenía una mirada enternecedora, era el más pequeño de la familia. Llegado el momento, su mamá lo introdujo en el capullo, le dio tres golpes y aquella nave que parecía producto de un rosal, se cerró y dentro de él, Leonicio cayó en un sueño profundo causado por un líquido parecido al amniótico de los humanos, pero con un hedor semejante a la más pútrida de las alcantarillas terrestres; entre lágrimas, todos lo tomaron con sus manos y lo impulsaron al espacio, se activaron un par de turbinas y el capullo emprendió su viaje en búsqueda de vida más allá de los tres planetas. 

Y aquella mañana de primavera, el capullo cayó de golpe en el naranjo de Elena y Tomás.

-Mira Tomás, parece un meteorito- dijo Elena mientras lo movía de lejos con el palo de la escoba.

-A veeer, prestaaaaa- dijo Tomás cogiendo el palo y empuñándolo con tanta fuerza que aquella nave estrafalaria se reventó derramando las mismísimas aguas negras del drenaje y sobre ellas, resbaló el pequeño Leonicio, quien al tener contacto con la atmósfera cambió sus extremidades adecuándolas al perfil humanoide, Elena y Tomás vieron su mirada y se derritieron de amor, sin preguntar ni pedir explicaciones lo tomaron en brazos y llevaron a bañar. Leonicio tenía ya 5 años (en edad humana), después de quitarle unos pantalones a Christian, el hijo mayor, lo vistieron y llevaron a la cocina, en la mesa estaba un pastel de chocolate alemán con una rosa gigantesca de chantilly; Leonicio lo miró con asombro -Christian, sírvele al invitado- dijo Tomás a su hijo. Inmediatamente tomó un plato, cogió una rebanada de pastel y se lo puso al frente - ¿Comida?- expresó Leonicio entre dientes - Mira chamaquito, este es un pastel hecho con chocolate - empezó a explicar Christian.

 -¿Chocoyalle?- 

-Siiii, CHO-CO-LA-TE, papá explícale tú, está bien menso este chamaco-

-No le faltes al respeto Christian, mira pequeño, el chocolate es un fruto...- Tomás empezó a explicar a detalle cada ingrediente y procedimiento del pastel. En ese momento, Leonicio adquirió el gran poder humano llamado: sentido del gusto. Metió las manos al pastel, lo introdujo a la boca y empezó a saborear. 

El sentido del gusto tiene una conexión intrínseca con el conocimiento que tenemos de las cosas; saber de dónde vienen, por qué se cocinan de tal manera, quiénes fueron los primeros en cocinarlo... nos permite dejar atrás el Leonicio que llevamos dentro, con el que muchos van a la tumba hasta el final de sus días.

Chef Juan Angel Vásquez - Licenciado en Periodismo y chef profesional, creador de contenidos gastronómicos para plataformas digitales y embajador de marcas de alimentos.

                                                                   

 

 

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